martes, 25 de junio de 2013

Las ciudades en la Antigüedad


La importancia de las ciudades para el cristianismo es fundamental. Este movimiento fue básicamente urbano, es verdad que comenzó como un movimiento rural  de los poblados de Galilea, pero todo su éxito radico cuando paso a ser un exitoso movimiento activo urbano luego de una década de la muerte de Jesús. Un autor reconocido como Harnack destaca que mientras más grande es la ciudad, mayor será el número de cristianos.

La mayoría de las ciudades  de entonces eran pequeñas en cuanto espacio pero densamente pobladas. Antioquía albergaba por ejemplo a 150.000 personas en un radio de tres kilómetros de largo por uno de ancho, tal vez estos números presentados de esta manera no nos digan mucho, pero si lo ponemos en contexto con las grandes metrópolis de hoy nos daremos cuenta la magnitud. Chicago y Nueva York tienen una densidad de 23 y 37 personas por acre respectivamente, Antioquía llego a tener 117.

Las ciudades tenían una distribución muy característica, por lo general en el centro de la ciudad se situaba el templo y las residencias de elite política y religiosa, estas frecuentemente estaban rodeadas de una muralla que las separaba y protegía. Alrededor de este centro urbano se distribuían las zonas de comercio y mercado. Un caso típico de esta disposición urbana es Jerusalén, aquí el templo de Herodes dominaban las áreas altas y bajas de la ciudad. Detrás de estas murallas se encontraba el pueblo, la no elite, emparedados entre las murallas de la elite y las murallas exteriores de protección. Fuera de las murallas exteriores vivían los marginales, las prostitutas, limosneros y personas con profesiones mal calificadas como los curtidores.

El espacio público en estas ciudades ocupaban aproximadamente un 50% y aquí sucedía gran parte de la vida social. No es raro pensar que la gente prefería estar en estos lugares que en sus propias viviendas, cuando vemos en que condiciones vivían. La gente común habitaba en edificios de varios pisos, no mayor a cinco,  en donde  se juntaban hasta centenares de personas.  Estos lugares hechos de madera llamados ínsulas por lo general se construían con un patio interior y un comercio en el primer piso. El asinamiento era tal que una familia ocupaba solo un cuarto y mientras más pobre eran más arriba en la casa les tocaba situarse. Esto hacia que los pisos superiores estén abarrotados y como consecuencia que se provoquen derrumbes.  Obviamente las condiciones sanitarias eran deplorables y las enfermedades circulaban de manera constante. La escases de agua era constante y la precariedad también.

Si nos detenemos a pensar, no es raro ver que en este ambiente de desigualdad y precariedad el cristianismo floreciera. Este les brindaba a los desamparados; nuevas esperanzas, a los enfermos y pobres, solidaridad; a los desiguales, igualdad. A todos un dios amoroso y de brazos abiertos.


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