La importancia de las ciudades para el cristianismo es
fundamental. Este movimiento fue básicamente urbano, es verdad que comenzó como
un movimiento rural de los poblados de
Galilea, pero todo su éxito radico cuando paso a ser un exitoso movimiento
activo urbano luego de una década de la muerte de Jesús. Un autor reconocido
como Harnack destaca que mientras más grande es la ciudad, mayor será el número
de cristianos.
La mayoría de las ciudades
de entonces eran pequeñas en cuanto espacio pero densamente pobladas.
Antioquía albergaba por ejemplo a 150.000 personas en un radio de tres kilómetros
de largo por uno de ancho, tal vez estos números presentados de esta manera no
nos digan mucho, pero si lo ponemos en contexto con las grandes metrópolis de
hoy nos daremos cuenta la magnitud. Chicago y Nueva York tienen una densidad de
23 y 37 personas por acre respectivamente, Antioquía llego a tener 117.
Las ciudades tenían una distribución muy característica, por
lo general en el centro de la ciudad se situaba el templo y las residencias de
elite política y religiosa, estas frecuentemente estaban rodeadas de una
muralla que las separaba y protegía. Alrededor de este centro urbano se distribuían
las zonas de comercio y mercado. Un caso típico de esta disposición urbana es Jerusalén,
aquí el templo de Herodes dominaban las áreas altas y bajas de la ciudad. Detrás
de estas murallas se encontraba el pueblo, la no elite, emparedados entre las
murallas de la elite y las murallas exteriores de protección. Fuera de las
murallas exteriores vivían los marginales, las prostitutas, limosneros y
personas con profesiones mal calificadas como los curtidores.
El espacio público en estas ciudades ocupaban
aproximadamente un 50% y aquí sucedía gran parte de la vida social. No es raro
pensar que la gente prefería estar en estos lugares que en sus propias
viviendas, cuando vemos en que condiciones vivían. La gente común habitaba en
edificios de varios pisos, no mayor a cinco,
en donde se juntaban hasta
centenares de personas. Estos lugares
hechos de madera llamados ínsulas por lo general se construían con un patio
interior y un comercio en el primer piso. El asinamiento era tal que una
familia ocupaba solo un cuarto y mientras más pobre eran más arriba en la casa
les tocaba situarse. Esto hacia que los pisos superiores estén abarrotados y
como consecuencia que se provoquen derrumbes.
Obviamente las condiciones sanitarias eran deplorables y las
enfermedades circulaban de manera constante. La escases de agua era constante y
la precariedad también.
Si nos detenemos a pensar, no es raro ver que en este
ambiente de desigualdad y precariedad el cristianismo floreciera. Este les
brindaba a los desamparados; nuevas esperanzas, a los enfermos y pobres,
solidaridad; a los desiguales, igualdad. A todos un dios amoroso y de brazos
abiertos.
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